domingo, 5 de agosto de 2012

Marlene Dietrich


Solo nos hace falta ver un película de Marlene Dietrich para darnos cuenta que nos encontramos ante una actriz atípica del Hollywood clásico, quizá solo igualada por Mae West. Hablamos de una auténtica precursora en el mundo de la moda kisch (del que nada envidiaría representantes actuales como Madonna o Lady Gaga) y la provocación que trazó una fulgurante carrera plagada de éxitos gracias a su fuerte personalidad que llenaba la pantalla película tras película y a su tumultuosa vida que era fuente constante de la prensa sensacionalista.

Marlene Dietrich nacía prácticamente con el siglo XX en Alemania por lo que ya muy joven le tocó vivir los horrores de la primera guerra mundial que devastó Europa. Lejos de amilanarse bajo tanta miseria, Marlene decide probar suerte a base de mucho esfuerzo en el mundo de las variedades, era una excelente violinista, pero su inquietud la llevó al mundo del teatro y el cabaret, donde comenzó el coqueteo con un vestuario que la definiría a lo largo de su carrera. Su éxito fue rotundo, así que su paso a un cine que esos momentos estaba en auge en Alemania era el paso lógico en una carrera que prometía ser exitosa y duradera. Y he aquí que se reúne con su auténtico pygmalión, con un director que modelaría la imagen de una joven berlinesa hasta convertirla en una de las actrices más conocidas del cine de Hollywood. Este no era otro que Joseph Von Sternberg y su primer gran éxito está catalogado no solo como una de las grandes películas del cine alemán sino incluso mundial. Hoy por hoy “El ángel azul” (1930) aparece en la mayoría de listas que remarcan la excelencia de las películas en ellas recogidas.


El auge del nazismo hace que Sternberg y por extensión Dietrich se planteen emigrar a la meca del cine y allí continúan sus colaboraciones que hoy se consideran títulos clave del a evolución del cine y que nos muestran a una Dietrich enfundada en un sinfín de inverosímiles trajes y que desborda glamour y personalidad por los cuatro costados e incluso se la podía ver cantando, otra de sus múltiples facetas desarrollada en su pasado berlinés. Hasta seis títulos recoge una de las más fructíferas colaboraciones de la historia del cine Con “Marruecos” (1930) se empareja con Gary Cooper, uno de los galanes de la época  ala vez que abre su carrera en Hollywood y con “Fatalidad” (1931) reafirmaría esa dualidad suya rayana entre en bien y el mal.


Sus dos siguientes trabajos con Sternberg son sus más reconocidos. En “La Venus rubia” (1932) parece regresar a sus inicios cabareteros de “El ángel azul” y con “El expreso de Shangai” (1934) alcanza en cenit en cuanto al éxito y reconocimiento se refiere en esta especial y fructífera colaboración con Sternberg.


En sus dos últimas colaboraciones se mete en la piel ni más ni menos que en la futura Catalina la grande de Rusia en “Capricho imperial” (1934) y en una desgarbada y “castiza” española en “El diablo es una mujer”(1935) representando fielmente lo que luego se conocería como femme fatale y en lo que sería la última de las colaboraciones de estos dos grandes genios.


Tras dejar a Sternberg la fama de Marlene se encontraba en lo más alto. Junto a Greta Garbo era la estrella de todas las carteleras del cine estadounidense. La Dietrich decide aprovechar esta fama para, siempre dentro imprimiéndole su toque personal, diversificar sus personajes y ampliar su registro. Así colabora en títulos capitales como “El jardín de Alá” (1936) o “Ángel”, dramas amorosos de Borzague y Lubitsch respectivamente.


Donde si arriesga indudablemente es en “Arizona” (1939). Un western que a priori parece un género en las antípodas de lo que Dietrich puede ofrecer, pero que sin embargo su gran personalidad consigue no solo que reflote sino que sea uno de los más considerados hoy en día dentro de su género.


En los cuarenta sigue completando el ciclo: regresa la femme fatale en “Alta tensión” (1941) y la abnegada y enamoradiza mujer en “Capricho de mujer” (1942) o “Los usurpadores” (1942) volviendo de nuevo al western de la mano ni más ni menos que John Wayne.


Con “Berlín occidente” (1948) comenzaría un serie de colaboraciones con grandísimos directores que pondrían el broche doro a su gran exitosa carrera. En este caso el filme de Wilder retrata el Berlín ocupado al que la Dietrich por fin regresaba a rodar tras su polémica nacionalización estadounidense a raíz de la segunda guerra mundial.


Tras Wilder llegan Hitchcock, el gran amante de las rubias para ofrecerle un papel del “Pánico en la escena”, en la que complemente a la perfección en trabajo de Jane Wyman, y el alemán Fritz Lang con quien rueda “Encubridora”, llenando de nuevo los mugrientos y peligrosos salones del oeste de boas de plumas y lentejuelas que animaban a los sedientos forajidos.


Con Wilder se reencuentra en la espectacular “Testigo de cargo” (1957), estupendo thriller de un director acostumbrado a la comedia a la altura de los grandes del género y colabora con Orson Welles en la exitosa  intriga policíaca “Sed de mal” (1958)


Tras estos fulgurantes éxitos que sirven de colofón a una excelente carrera se la puede ver colaborando de manera puntual en películas como la coral que reúne un excelente plantel en “Vencedores o vencidos” o “Encuentro en París” a más gloria de una joven Audrey Hepburn.


A raíz de los mismos, una madura Marlene Dietrich desaparece paulatinamente del panorama cinematográfico, dedicándose al cabaret, que tanto éxito la dio en sus comienzos  hasta que rompe una pierna en una actuación. Ese sería el comienzo del fin de una de las más deslumbrantes actrices de la historia del cine. Fin que se confirmaría años después al fallecer en París a la avanzada edad de noventa años.

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