lunes, 26 de marzo de 2012

Paul Newman


Hijo de una inmigrante eslovaca y de un judío americano, Paul Newman nace y crece en los suburbio de Cleveland como cualquier otro chico americano de la época. Su infancia se encuentra ligada al deporte, pues gracias a el y al trabajo de su padre en una tienda especializada el pequeño Paul crece de una manera desahogada y sin apuros económico en una época bastante difícil en los Estados Unidos, económicamente hablando.

Paul era el menor de dos hermanos, dada la rebeldía su hermano mayor Arthur, su padre tenía todas las miras y esperanzas puestas en el pequeño Paul como continuador de su fructífero negocio, pero pese a que Paul incluso estudió económicas jamás se sintió atraído por el mundo empresarial para resignación de su progenitor.

La universidad si que le dio a Paul la oportunidad de iniciarse en la interpretación (siempre de manera amateur) un gusanillo que pasó de ser su hobbie a su profesión cuando decide ingresar en el prestigioso Actor´s Studio de Nueva York.

Tras unos primeros papeles en el teatro su primera gran oportunidad en el mundo del cine viene de mano de Victor Saville en “El cáliz de plata” (1954), un drama bíblico que resultó ser un auténtico fracaso y del que Paul Newman siempre renegó, considerándola como su peor película.


Pese al fracaso las productores se fijaron en ese joven de intensa mirada azul y de rasgos apolíneos y pensaron que podría quedar perfecto como Rocky Graziano en “Marcado por el odio” (1956) de Robert Wise, la elección resultó un gran acierto y la película un éxito. Paul Newman estaba en el candelero.


Sus dos siguientes películas también resultarán claves en su vida la primera “El largo y cálido verano” (1958) de Martin Ritt le permite rodar al lado de Joanne Woodward. El flechazo es instantáneo, tanto que Paul Newman deshace un matrimonio de 10 años con Jacqueline Witte para compartir su vida con la joven y rubia actriz y la jugada parece salirle bien pues solo separan sus caminos cincuenta años más tarde con la muerte del actor en 2008, convirtiéndose en una de las parejas más longevas y queridas del viejo Hollywood.


El otro film es un clásico de Tennesse Williams, la mítica “La gata sobre el tejado de zinc” (1958), un drama sureño que eleva a lo más alto las carreras de sus dos protagonistas, Paul Newman y Liz Taylor.


Ya con el éxito asegurado Newman se embarca en un nuevo género para el: el western con un biopic sobre el famoso forajido del oeste americano William Bonney (Billy “el niño”) en “El zurdo” (1958) de Arthur Penn.


Su época más algida y exitosa, los sesenta, comienzan con Paul Newman enrolado en una superproducción de Otto Premiger, empeñado en contar el nacimiento del moderno estado de Israel en “Éxodo” (1960). Newman le da lustre a esta épica cinta, basada en los hechos llevados a cabo en 1948 que derivaron el la formación del estado israelita a modo de refugio para los miles de judíos supervivientes de la segunda guerra mundial.


Los sesenta la dan la oportunidad de reencontrarse con Tennesse Williams en “Dulce pájaro de juventud” (1962) de Richard Brooks, para protagonizar buenas cintas de intriga como “El premio” (1963) de Mark Robson, ambientado en una Suecia engalanada para otorgar los prestigiosos premios Nobel, e incluso para poder rodar al lado de un genio como Hitchcock en “Cortina rasgada” (1966).


El western también fue protagonista en esta década en la carrera de Newman protagonizó un curioso remake de “Rashomon” (1950) de Kurosawa, ambientado en el oeste (“Cuatro confesiones” [1964] de Martin Ritt), “Un hombre” (1967) también de Martin Ritt, pero sobre todo “Dos hombres y un destino” (1969) de George Roy Hill, gran éxito de pantalla que lo une por primera vez a su gran amigo Robert Redford.


Pero sin embargo en los sesenta destacan cuatro personajes míticos no solo en la excelente carrera del actor sino del cine en general. A saber: el granuja Eddie Felson en “El buscavidas” (1961) de Robert Rossen (papel que retomaría dos décadas más tarde con gran éxito), el arrogante y despiadado “Hud” (1961) de Martin Ritt, “Harper, investigador privado” (1966) de Jack Smigth, el investigador más famoso de la gran pantalla (con permiso de Holmes y Poirot) y el impulsivo y carismático Luke Jackson en “La leyenda del indomable” (1967) de Stuart Rosemberg.



Los sesenta le sirvieron también para ponerse en contacto con el mundo del automovilismo en “500 millas” (1969) de James Goldston. A raíz de este film Newman se embarcó en un proyecto que le acompañaría el resto de su vida. Una auténtica pasión por el motor que lo llevó a crear su propia escudería y a pilotar hasta una avanzada edad (siendo incluso el piloto más longevo en ganar un premio con setenta años) a más de doscientos kilómetros por hora en las pistas Nascar, participando e incontables ocasiones en prestigiosos premios como las 24 horas de Le Mans o de Daytona.


En los setenta su actividad se reduce drásticamente aun así rueda grandes títulos como “El juez y la orca” (1972) de John Huston, “Buffalo Billy los indios” (1976) de Robert Altman o “El castañazo” (1977). Sin embargo esta década siempre será recordada por “El golpe” (1973) genial historia de timadores en la que George Roy Hill lo reunía de nuevo con Robert Redford bajo una inolvidable banda sonora de J. Scott Joplin.



En los ochenta un Paul Newman cada vez más enfrascado en el mundo del motor, expande sus miras y crea “Newman´s Own” un empresa de productos ecológicos cuyos cuantiosos beneficios tienen como destino obras de caridad.


 Pese a que su vida está cada vez más alejada del mundo del celuloide los ochenta curiosamente resultan ser los años más productivos, al menos en cuanto a premios se refiere. Y es que pese a sus incontables éxitos y su incuestionable calidad interpretativa Paul Newman no contaba aun con el ansiado Oscar. Hollywood cayo en cuenta y en 1985 decidió subsanar el error otorgándole el Oscar honorífico. Pocos sabían que paradójicamente tan solo un año después un viejo “amigo” como Eddie Felson lo devolvería a la palestra con “El color del dinero” (1986) de Martin Scorsese logrando su segundo y último Oscar en este caso como mejor actor.



Los últimos años de su vida los dedicó a sus pasiones: el motor, su adorada Joanne Woodward y sus productos ecológicos dedicados a beneficencia. Eso no le impide colaborar con grandes directores contemporáneos como los hermanos Cohen en “El gran salto” (1994) o Sam Mendes en “Camino a la perdición” (2002).


Curiosamente y ya aquejado de cáncer su última participación en el mundo del cine fue como doblador en la película de “Cars” (2002) de película de animación de Pixar, ambientada en sus adoradas carreras Nascar.
 


Un buen día de otoño de 2008 en mundo conocía el fallecimiento de una de las últimas grandes estrella del Hollywood clásico. Newman fallecía en al intimidad junto a su familia y al lado de su eterna compañera Joanne Woodward.

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